Amanece temprano en la ciudad de San Petersburgo, conocida por muchos como Petrogrado o Leningrado en otras épocas, esta ciudad nos recibió con un clima templado y relativa calma en sus calles a fines de mayo.
Desde nuestro hotel NasHOTEL hasta la Plaza del Palacio donde se encuentra nuestro primer destino hay unos treinta minutos a pie.
La idea de iniciar la mañana caminando para ir conociendo la ciudad nos motiva y enrumbamos por las amplias aceras hacia el que será nuestro encuentro con el Museo Hermitage.
San Petersburgo
El clic con la ciudad no se hace esperar, hemos caminado tan solo unos cinco minutos y ya sentimos el choque cultural, el pueblo no sonríe con facilidad, las personas caminan a buen ritmo concentradas y no se distraen por vernos pasar.
Las señales en cirílico nos avisan que no será fácil comunicarnos y las estructuras y edificios van contando su historia en paralelo sobre una ciudad que guardas los restos del inmenso poder que tuvo.
Como toda ciudad europea que se sabe hacer bonita, fue construida por Pedro El Grande, inspirado en Holanda y es atravesada por el río Neva.
Mientras caminamos por el malecón del río, antes de llegar al puente del Palacio las cúpulas de las iglesias ortodoxas nos envuelven en una fiesta imaginaria de historias, esas inspiradas en los cuentos cortos de Nicolai Gogol.
El Museo Hermitage
Cuando imaginas una construcción que tu vista no puede ver en una sola mirada, estás pensando en algo grande. Esto es el Hermitage.
Este espacio comprende cinco edificios alineados y unidos entre sí. El Palacio de Invierno, el teatro del Hermitage, el pequeño, viejo y nuevo hermitage.
Si bien impresiona la gran construcción que vemos ante nosotros, más lo será pasear entre aproximádamente tres millones de objetos, cuadros y arte de diversos artistas europeos y del oriente.
No hemos podido dejar de comparar este museo con otros de Europa y debo confesar que tiene en arte tanto como los grandes pero con su propio estilo de presentación. Es un museo que me dejó realmente satisfecho.
Imposible de visitar en un solo día, no vale la pena gastar tiempo en quere recorrerlo todo, es un espacio tan grande y con tanto arte que hay que decidir y en muchos casos sacrificar los espacios.
Los momentos del Hermitage
Uno de los descubrimientos interesantes es sin duda el valor de las obras en malaquita cuyo color verde llama la atención durante mi recorrido.
En varios momentos descubrimos piezas de arte que contienen esta gema y sorprenden con las formas y los detalles que presentan.
Los colores de algunos muebles y hornamentos son muy intensos, yo diría en realidad chillones, pero sin desentonar y con gusto propio.
La biblioteca destaca por su belleza arquitectural y es uno de esos espacios que inspira a leer. Me encanta la sintonía que se siente, la calma que invoca el espacio para motivarse a seguir creciendo en información.
El reloj mecánico es uno de los atractivos más conocidos y obligatorios de ver en este museo.
Varias piezas de metal dorado representando diversos animales hacen una fiesta de movimientos al ritmo de los tic tacs.
Mis anotaciones
Finalmente, debo confesar mi admiración por el Hermitage, un museo que no tiene nada que envidiarle al Museo de Louvre.
Me encantaría regresar y visitarlo con más calma, es tan grande que no basta un día.
Si tienen tiempo y gustan de los museos, hay una opción de ticket que sirve para tres días, esa sería su mejor opción.